En los tiempos establecidos reúnanse todos los Abades/Abadesas y traten de la salvación de sus almas y de las que a ellos/ellas han sido encomendadas. Ordenen lo que haya que enmendar o mejorar en la observancia de la Santa Regla o de la Orden y fomenten la paz y la mutua caridad. Se esforzarán por conservar el patrimonio de la Orden, y por salvaguardar y aumentar la unidad. (C.77)

viernes, 16 de septiembre de 2011

Formación continua del Superior

Dada la composición de esta asamblea, compuesta principalmente de Superiores de la Orden reunidos para tratar de la salvación de sus almas y de las que a ellos han sido encomendadas (c. 77,1), he pensado que podría ser útil compartir algunas ideas sobre la formación continua del Superior.

El camino monástico del monje y del abad
El abad es un monje y sigue siendo tal cuando asume el cargo de abad. Recorre el mismo camino, el de ser transformado por la vida monástica para que la gracia del bautismo se concrete en él como hijo de Dios, alguien que sea realmente como Cristo. Es el camino del temor de Dios al amor de Dios sin miedo, que se señala en el capítulo 7º de la Regla. Es convertirse es una persona auténticamente cariñosa, cuyas características se describen en el capítulo 72 de la Regla. El abad, igual que los monjes, ha de esforzarse para alcanzar el Reino de Dios por la fe, la perseverancia en las buenas obras y bajo la guía del evangelio. El abad ha de temer a Dios y observar la Regla (RB).

El amor de Dios es una disposición fundamental en la Regla que S. Benito pide a todos los monjes, pero debe sobresalir de forma especial en quienes  detentan un puesto de responsabilidad en la comunidad (abad, cillerero, enfermero, portero). Es el sentido de Dios, la reverencia de Dios y el reconocimiento de su existencia. Es la roca sobre cuya virtud tiene su base en la Regla. Es la fuerza motora en el modo de responder a otras personas  y en las tareas que tenemos que cumplir. Es la fe en la realidad de Dios, en su existencia, en su preocupación por nosotros y en el hecho de que somos responsables ante él. Esto vale particularmente del abad. Dios está sobre todas las cosas, todo lo ve y es al que debemos rendir cuentas. Nosotros somos criaturas y él es nuestro creador. Dios es el que envió su Hijo al mundo para redimirlo y nosotros estamos llamados a imitar al Hijo, viviendo según la voluntad del Padre, para llegar así a ser verdaderos hijos suyos, no esclavos sino hijos e hijas. Hacia ese reino es hacia el que caminamos en esta vida, viaje que no tendría sentido si lo olvidáramos. Es esta actitud de fe la que determina nuestras relaciones con los demás y con las cosas. Se trata de una actitud de reverencia hacia Dios, de honrar a los otros y de respeto por todo lo que él ha hecho. Éste es el campo de la formación continua para el abad y para el monje.

Formación ¿para qué?. Algunos modelos      
El monje está en camino lo mismo que el abad. La  formación es continua, pero al mismo tiempo Benito nos brinda algún ejemplo del tipo de persona que él consideraría santa y modélica. Cuando habla del cillerero, busca a alguien que tenga estas cualidades: buen juicio, madurez de carácter, sobrio, no engreído, ni turbulento, alguien que sea padre para todos, compasivo, respetuoso de las personas y de las cosas, que no entristezca a los hermanos, sino que sea humilde, moderado y amable en el hablar. Las cualidades que pide para el abad son del mismo tenor. Traigo a colación algunas: debe ser de utilidad a los hermanos, más bien que presidiendo sobre ellos. Tiene que conocer la ley de Dios, ser casto, moderado y misericordioso; mostrar previsión y consideración, discernimiento y moderación. Estas listas llegan a impresionar en cuanto a las cualidades humanas que mencionan y al nivel de madurez de que dan fe. Tales personas estarían consideradas en alto grado según los baremos de personalidad actual, lo cual no nos debe sorprender, porque se fundan en la vivencia de la imitación de Cristo según se describe en los grados de humidad. Las cualidades son el fruto de una vida vivida en el espíritu evangélico de imitación de Jesús, que pone en primer lugar en su vida la voluntad el Padre y la donación de sí mismo en servicio de los demás. Se trata de una vida modelada sobre el que es verdaderamente humano y verdaderamente divino. El aprecio de este misterio de la kénosis de Cristo, que nos vivifica, es la energía que hace posible la vida que Benito propone a sus monjes en la Regla. Es una vida que se funda en una relación (“Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí”) y que es vivida sabiendo que uno es amado. El abad vive esta vida, igual que los otros monjes, siguiendo la Regla, el modelo de oración y lectura, de comidas y descanso, y de trabajo. Y es este trabajo (su ministerio) lo que le distingue de los otros monjes, siendo su trabajo su servicio particular a la comunidad, que Benito reconoce como trabajo difícil. El servicio de vida del abad a la comunidad se describe con las siguientes imágenes: padre, maestro, pastor, médico y administrador. Él ejerce un ministerio de cuidado para con la comunidad, cuidado que nutre la vida de la comunidad, para que puedan convertirse en pueblo conformado y guiado por el Espíritu y vivan una vida de amor que conduzca a la vida eterna. La conclusión que saco de todo lo anterior es que, tanto para el abad como para el monje, la formación continua se realiza viviendo la vida de la comunidad con todo lo que esto implica, y la diferencia importante en el caso del abad es el ministerio que él asume en y para la comunidad.

El servicio del abad: retos
El servicio del abad tiene sus propias tensiones y presiones, como Benito no tiene empacho en reconocer y tiene también sus propios riesgos, algunos de los cuales llega a mencionarlos. Algunos retos particulares que se mencionan:
  • Evitando preferencias personales por la razón que sea (excepto la virtud) en su relación con los monjes, porque todos son uno en Cristo. En una época de diálogo y votos comunitarios, el peligro podría estar en cultivar a personas de la misma cuerda y aquellos que comparten el propio punto de vista.
  • Adaptándose al temperamento y carácter de los otros, en lugar de esperar que los otros se adapten al de él. Esto puede resultar todo un reto.
  • Poniendo el bien de las almas por encima de consideraciones materiales. En un tiempo como el nuestro, con la crisis económica, cuando hay mucha adaptación de edificios, renovación y tales actividades en curso en nuestros monasterios, es muy fácil que un abad se haga cargo de tales proyectos con la mejor voluntad del mundo y por el bien de la comunidad, pero esto puede conducir a otras tensiones y hacerles más difícil la vida a los hermanos. Por cuanto yo he podido ver, se suele sentir esto más en los monasterios de monjas que en los de monjes, ¿quizás porque las monjas están más acostumbradas a contactar con la abadesa que los monjes con el abad?
  • Recordando que el abad asume el cuidado de almas enfermas, no sólo de las sanas. Trabajar con la gente que uno tiene más bien que con la que le gustaría tener es un reto no sólo para los abades. El peligro de exclusión es real, de evitar aquellos que son más pesados, e intentar estar con los que apoyan y estimulan.
  • Tomando conciencia de que el abad no siempre es la persona mejor en cualquier situación para echar una mano a alguien, y ser lo suficientemente libre y confiado para recurrir a otros según surja la necesidad. Tiene que reconocer sus limitaciones.
  • Sabiendo cómo sanar sus propias heridas, puede sanar las de los demás. ¿Cómo hacer para sanar las propias heridas?
  • Siendo de provecho a los hermanos y no sólo presidirlos. El peligro de buscar la gloria en vez del trabajo. Podemos quedar enganchados con nuestro status y comenzar a vernos importantes, llegándonos a preocupar por la imagen. Mucho de ello puede depender del lugar particular que el monasterio tiene en una sociedad determinada y del deseo de cumplir las expectativas de la gente.
  • Obviamente demasiado orgullo es un peligro más serio que puede fácilmente deslizarse en el estilo de uno, sea inicialmente, cuando en nuestra inocencia estamos seguros de saber lo que la comunidad necesita, o más tarde, cuando adquirimos cierta experiencia y por ello creemos que tenemos todas las respuestas.
  • Benito pone en guardia específicamente sobre los celos (en relación con el Prior) y de perder el contacto con la propia debilidad, viendo las faltas de los otros y no viendo las propias.

Y así Benito habla sobre lo necesario que es velar por la propia alma, y las Constituciones (33.3) hablan de renovarse uno mismo con las Escrituras y los escritos de los Padres. Y aunque Benito vea el monasterio y la vida que en él se lleva apto para proveer un camino que lleve al crecimiento en santidad y humanidad y hasta hable de él como de un camino derecho al Creador, no deja de reconocer que la fragilidad humana está más que en evidencia y que hay muchas dificultades en el camino. Michael Casey habló en alguna parte de la vida monástica como el arte de tambaleología, o sea, más que dirigirse por el camino derecho hacia el propio fin, era como ir dando tumbos hasta el camino de ascenso que llevaba al Reino.

El servicio del abad: algunas ayudas                      
  • Para nosotros hoy, resulta mucho menos evidente que todo lo que necesitemos en  cuanto a ayudas para nuestra transformación en Cristo lo tengamos dentro de la clausura del monasterio, sea a nivel material o espiritual. Quiero volver aquí al tema de la necesidad que el abad tiene de velar por su propia alma, de ser consciente de sus propias heridas y de saber cómo sanarlas.
  • Alguna de las influencias más importantes sobre nuestra vida son acontecimientos sobre los que no tenemos control: quiénes fueron nuestros padres; la elección de hermanos y hermanas, si los hemos tenido; mis antecedentes sociales, etc. Y, de resultas, el tipo de persona que yo sea. Se trata de realidades que vienen dadas, que tenemos que aceptar y vivir con ellas lo mejor que podamos para bien y para mal. Nadie de nosotros proviene de familias perfectas. Por tanto, tenemos posturas básicas ante la vida, y temperamentos particulares, dones y limitaciones. De éstos y de las experiencias y opciones de otra vida que hacemos con el tiempo, somos quienes somos. Llegar a aceptarse uno mismo y la propia historia constituye un factor importante en la maduración y sabiduría humanas. Pero para el cristiano y el monje es también un acto de fe en la providencia de Dios en la vida de cada uno. Solíamos hablar en el pasado de nuestro defecto predominante (¡hace mucho!). Hoy día podríamos hablar de estilos de personalidad y de defectos de los que parece que nunca logramos librarnos. Pablo hablaba de una espina en la carne. Alguna herida que tengamos puede sanarse, gracias a Dios, mediante la gracia y con la ayuda de otros; otras, tenemos no sólo que vivir con ellas sino, según san Pablo, gloriarnos en ellas. Tal disposición es la obra de Dios en nosotros. Es importante entonces que quien ejerce el ministerio de abad sea consciente de su propia debilidad para que no entorpezca el servicio de otros. El sacramento de la Reconciliación, la guía espiritual y la oración son caminos que pueden llevar a sanar y a vivir más pacíficamente con quienes estamos. Lo importante es que seamos capaces de ser sinceros con nosotros mismos ante Dios. Haciendo esto, ser sinceros con los demás, puede ser de gran ayuda.
  • De la misma manera que no hay familia perfecta, tampoco hay formación monástica o monasterios perfectos, aunque esté bastante claro que haya monasterios mucho más ricos en recursos humanos y materiales que otros. Por tanto, a veces le puede resultar difícil al abad encontrar a alguien dentro del monasterio que pueda ayudarle a este nivel. Lo cual significa que busque ayuda de alguien de fuera en el campo profesional o espiritual. Esto puede ser necesario en un tiempo particular o puede ser algo normal durante un largo tiempo. Puede tratarse de un curso que uno hace en un tiempo determinado, o período sabático, o puede ser una reunión de carácter pastoral de superiores. Algunos pueden orientarse haciendo unos días de vida eremítica o cosas parecidas. Lo importante es que, sea lo que sea que hagamos, que no se trate sólo de un escape sino que nos ayude a ser más libres en nuestro servicio de Dios y de los hermanos y de más provecho para ellos y que nos permite vivir nuestra ascesis monástica con renovado celo.
  • Loa abades, por su ministerio, tienen mucho más contacto con la gente -con los hermanos y contactos de fuera- que la mayor parte de los miembros de la comunidad, lo cual puede ser bien un servicio a otros o una verdadera escuela de formación continua para uno mismo. El documento de la Santa Sede sobre el servicio de autoridad y obediencia de hace algunos años subraya : “Será responsabilidad de las personas constituidas en autoridad mantener un alto nivel de apertura para formarse, así como la capacidad para aprender de la vida. En particular, es esto importante con relación a la libertad de permitir que uno se forme por los otros y por cada uno, para sentir la responsabilidad del crecimiento de los demás”. Aprendemos sobre nosotros mismos en nuestra relación con otras personas y a veces dicho aprendizaje puede significar cometer errores, pedir perdón, siendo humillados o experimentando auténtica fraternidad o amistad. Aquí es donde resulta evidente la muy utilizada expresión “madurez afectiva”. Podemos aprender mucho de los modos con que otras personas se relacionan con nosotros y nos tratan, así como del modo en que respondemos o reaccionamos, según sea el caso. Mantener un alto grado de apertura no es fácil, pero es un camino de humildad y de vida.
  • Y aquí podría haber llegado el momento de decir algo sobre un reto particular para muchos hoy. Y una cita del documento citado anteriormente lo dice bien: “Las personas constituidas en autoridad pueden desanimarse y desilusionarse. Ante la resistencia de algunos miembros de la comunidad o de ciertas cuestiones que parecen insolubles, a él o a ella puede que les asome la tentación de rendirse y de considerar inútil cualquier esfuerzo por mejorar la situación. Lo que se aprecia aquí es el peligro de convertirse en gestores de la rutina, resignados a la mediocridad, conteniéndose en la intervención, no teniendo ya el valor de señalar las razones de la auténtica vida consagrada y corriendo el riesgo de perder el primer fervor y el deseo de testimoniarlo”. El modo de abordar esta situación, sigue diciendo el documento, es recordando que el servicio de la autoridad es un acto de amor del Señor Jesús y que tenemos que ser pacientes en sufrir y en perseverar en la oración y seguir participando.


Algunos desiderata para la formación/conversión continua del abad  
  • Creer en la propia llamada y responder a la llamada de Dios usando libre y de buen grado los medios que nos provee nuestra vida, llevando la vida de la comunidad: liturgia, lectio, trabajo, vida fraterna.
  • Apertura de corazón con uno mismo y ante Dios, siendo transparente con otro sobre lo que sucede en uno mismo.
  • Servir a los otros como abad lo mejor que uno pueda y ¡sabiendo que el propio servicio como abad terminará algún día!.
  • Sabiendo que no todo será bueno en nuestra formación continua, pero aceptando con fe y confianza que hay una Providencia que tiene todo en su mano y cuyos caminos e intenciones se cumplirán a pesar de nosotros para nuestro gozo y para su gloria.


Fr. Eamon
Asís, Septiembre de 2011.