En los tiempos establecidos reúnanse todos los Abades/Abadesas y traten de la salvación de sus almas y de las que a ellos/ellas han sido encomendadas. Ordenen lo que haya que enmendar o mejorar en la observancia de la Santa Regla o de la Orden y fomenten la paz y la mutua caridad. Se esforzarán por conservar el patrimonio de la Orden, y por salvaguardar y aumentar la unidad. (C.77)

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Homilía del Abad General para la Misa de clausura del Capítulo General, 28 septiembre 2011

Mientras nos reunimos para esta última Eucaristía en el Capítulo General y comenzamos a pensar en nuestros viajes de regreso a casa, la liturgia de la Misa de hoy nos presenta de distintas maneras, personas que también están de viaje, no un viaje o paseo cualquiera, sino de viajes motivados por la llamada de Dios en sus vidas. Escuchamos primero lo de Nehemías, viviendo en el exilio, y estando bien ahí. Al saber del estado de Jerusalén se conmueve y se preocupa, y decide volver a casa para reconstruir la ciudad de Dios, la comunidad, y su culto. Y se nos cuenta que la mano bondadosa de Dios estaba con él.

En el Evangelio, Jesús ha emprendido su camino hacia Jerusalén donde también él hará allí la obra de Dios y cumplirrá los designios de Dios. Hoy se nos presentan tres encuentros de Jesús con personas en su camino. Todos éstos nos enseñan algo sobre el seguimiento de Jesús y las exigencias que nos puede plantear. Se da el primer encuentro con uno que parece  ser joven, espontáneo, lleno de buena voluntad y entusiasmo: “ìTe seguiré dondequiera que vayas!” Jesús le contesta con una dosis de realismo que le obliga a hacer frente a lo que cuesta seguir a Jesús. Se trata de una llamada a discernir bien antes de tomar la decisión,a darse cuenta de lo que se pretende asumir. El seguimiento de Jesús no puede sostenerse por una idea casual y espontánea que se nos ocurra, ni por un llamado repentino que no mide las consecuencias. En otra ocasión Jesús habla de calcular las propias fuerzas antes de dar la batalla, para ver si se tienen los recursos para llevarla a término – antes de comenzar a edificar la torre.

La llamada de Jesús, también, puede significar exigencias en relación a los lazos humanos y terrenales – los requisitos de la piedad filial y las amenidades de la vida familiar. No se ha de entender esta llamada como norma de vida para cada situación, aun cuando nos muestra las imposiciones que el servicio del Evangelio puede suponer en la vida del que sigue a Jesús. Cada exigencia va dirigida a los indivíduos, y no debería ser generalizada y aplicada a todos. Aquí no estamos tratando de normas, sino de indicaciones de un espíritu y una actitud que toma en serio a Dios y la Buena Nueva. Nos señalan lo que se nos puede pedir, y nos llaman a un espíritu de reconocimiento de Dios en nuestras vidas. Son indicadores de la clase de elecciones que tenemos que hacer no sólo al comienzo de nuestra llamada a seguir a Jesús, puesto que son desafíos que nos salen al encuentro cada día mientras estamos de camino hacia nuestra patria celestial. No obstante una toma de decisiones con discernimiento y cordura, no siempre podemos conocer las implicaciones de nuestras opciones. Del mismo modo que los discípulos fueron enfrentados con algunos momentos de verdad  que cuestionaron seriamente sus ideas sobre el significado del reino de Dios y la realidad propuesta por Jesús, así es para nosotros. Desde el “Señor, no te puede suceder esto” de Pedro, o el “habíamos esperado que fuera aquel que liberaría  a Israel” de los dos discípulos de camino a Emaús, hasta la convicción de Pedro  “Señor, a quién iríamos, sólo tú tienes las palabras de vida eterna”, el patrón no será diferente.  La vida y las relaciones se configuran de expectativas, sorpresas, desilusiones, y alegrías – el aprendizaje que es parte de nuestra formación en el amor, nuestra relación siempre creciente con el Señor Jesús.

El camino sigue y la vida seguirá sorprendiéndonos,  obligándonos a volver a aprender estas verdades en situaciones nuevas. Los planes y los propósitos de Dios son siempre mucho mayores que lo que podemos pedir o imaginar. Lo importante es mantenernos en el camino con la mirada fija en Aquel que nos conduce, preparados para ser sorprendidos. La oración de la Misa de hoy nos recuerda que tenemos que pedir contínuamente a Dios, que es misericordioso y que perdona, que derrame su gracia en nosotros mientras peregrinamos hacia la Jerusalén celestial, hacia las bendiciones prometidas por Dios, donde seremos partícipes de la beatitud eterna.  Que esta Eucaristía, esta celebración del misterio de fe, renueve nuestra fe y confianza en Dios, nos fortalezca para el camino que queda por recorrer con nuestras comunidades, y que él, Cristo, nos conduzca a todos juntos a la vida eterna.